Cada vez que prendo la computadora veo la casa. Está rodeada por árboles de distintos tamaños, pastizales con los colores del otoño y un cielo gris. En el último piso, una mujer escribía. Cuando levantaba la vista del papel podía ver el mar, la profundidad del océano. Esa mujer era May Sarton. Una escritora nacida en Bélgica en 1912 pero que vivió la mayor parte de su vida en Estados Unidos. Hace poco leí que su casa junto al mar no existe más. La tiraron abajo después de que fuera inútil intentar conseguir los fondos para sostenerla, convertirla en un centro cultural o una residencia para escritores. La casa que miro todos los días solo existe en la foto y en los libros de May Sarton, con quien muchas veces hablo como si pudiera escucharme.
Podría escribirle una carta imaginaria, como hizo Celia Paul con Gwen John. Pero sé que May recibía demasiadas cartas y la mía sería una más, perdida en la pila de correspondencia que a veces tardaba en responder, porque le quitaba tiempo para sus poemas. Cuando leo sus diarios subrayo mucho. Escribo notas en los márgenes de la hoja, dibujo pequeños corazones, signos de exclamación. Un año atrás escribí en mi propio diario que May Sarton es un voz cercana. La intimidad de su mundo resuena en la intimidad del mío. Su voz no es pasado sino presente. Y sé muy bien que no solo a mí me pasa. Sé que la intimidad de su escritura llega a muchos mundos íntimos porque a ellos se remite, a ellos convoca.
May Sarton dice:
Arreglar flores es como escribir en cuanto es el arte de elegir. Entre el rico material que requieren los enunciados no todo se puede utilizar. Así como uno intenta una palabra y luego otra, junta una frase para luego separarla, del mismo modo uno arregla las flores.
Y más adelante pregunta:
¿Hay algún otro goce, salvo la jardinería, que pida tanto y dé tanto? No conozco otro excepto, quizá, la escritura de un poema.
Puede que ese cruce entre la poesía y el jardín revele parte de su voz cercana. Dos oficios que requieren silencio y calma, paciencia y tenacidad, delicadeza y determinación.
La vida nos viene en racimos: un racimo de soledad, y luego otro racimo que apenas nos deja tiempo para respirar.
De esos racimos está hecha su escritura. Intuyo que su voz es cercana porque tiene un sabor y un aroma intensos, como un fruto recién recolectado. Y ahí voy detrás de May Sarton recolectando los frutos de su experiencia, me detengo en este paisaje o en algún otro, aguanto el cansancio de las piernas, respiro profundo y presto la mayor atención de la que soy capaz. Después la vida apenas me deja respirar.
Si el arte no trata de mejorarnos la vida, ¿de qué trata entonces?
La pregunta excede su propia reflexión, sale del papel y queda flotando en el aire.
Ahora lo recuerdo. Mucho tiempo antes de poner de fondo de pantalla la foto de su casa junto al mar, había pegado un papelito en el monitor con una frase de Diario de una soledad:
Solo una clase de oración es posible: Concédeme hacer lo que hago en este día con un sentido sagrado de la vida.
Tal vez en esa frase empezó mi conversación con May Sarton. En la búsqueda de lo sagrado escondido en un poema, en una flor, en una voz cercana.
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Para cerrar el año voy a dar una única clase virtual sobre la obra de May Sarton. El encuentro será el día viernes 6 de diciembre de 11:30 a 13hs (hora argentina). Si te interesa participar escribime por favor a sofia.discala@gmail.com para recibir más información. Gracias.
Precioso 🤍🤍🤍
Qué belleza, Sofi. Me encantó. Venía con dudas sobre empezar a leerla, porque recibí comentarios mixtos sobre su escritura, pero este post me dejó pendulando en el SÍ.
¡Gracias!